
Julio no es polvo ni olvido Por Lissette Bustamante
Miami, noviembre 2012
No sé si contar tu biografía al no estar en la galería de los poetas famosos; no sé si contar las miles de dificultades por las que pasaste en Cuba y en España, sólo sé que el dolor profundo, el abandono evidente, la desesperación de la tristeza, el fracaso español, la soledad de cada amanecer y el espanto de una desoladora depresión, te arrastraron al final… Después de todo, elegiste tomar ese vuelo e incluso volar para estar esta noche junto a nosotros mientras prendo una vela por tu alma inquieta…
Marchaste sin avisar, ni siquiera lanzaste un grito de auxilio, ¿será que no esperabas respuestas; será que te atrapó la neurosis del abismo en tu insilio murciano dentro del exilio español? Te arropaste en ti mismo, buscaste la contención en tu zozobra antes del amanecer y elegiste el silencio antes de tu partida… No dejaste señal, ni aviso en tu blog “El Club de los Amigos Malos”, aquellos que compartíamos “shácatas”, entre inquietudes de glásnot y perestroika… Ya para entonces habías decidido abandonar al que estaba registrado en el carné de identidad como Julio Francisco Martínez García para convertirte en Julio San Francisco.
Te lanzaste a defender tus ideas, abandonaste los comentarios para pasar a la acción… Junto al periodista Rafael Solano y el poeta y también periodista Raúl Rivero, fundaron la primera agencia de prensa independiente de Cuba, “Habana Press” y te obligaron a callar…
No voy a contar a cuantas organizaciones opositoras al régimen de La Habana te acercaste, ni en cuantas estuviste… Tu afán por mostrar la oscuridad de la ilusión de otros años revolucionarios se tornó en obsesión y llegó el exilio…
Transcurría 1997… En aquel tiempo ya escribías que eras un “ser que lo perdió todo por querer ser libre”… Una libertad costosa porque Julio pasó 15 años tocando puertas, sumido entre la creación y los tiempos oscuros de la zozobra y la pobreza… Acabó sus días marginado, sólo con la compañía de la mugre muerte… Llegó pobre a España y murió pobre en España… Por aquellos años 90 ya se marcaba el peor de los presagios… Salió de La Habana con el alma muy lastimada… Estuvo internado en Cuba en el Sanatorio San Juan de Dios, marcado por los tormentos psíquicos que castigaban su vida… Durante 15 años iba de un lado a otro… El Gobierno del Partido Popular, presidido en ese entonces por José María Aznar, no le prestó la atención médica que tanto necesitaba… Andaba cargado de sueños y era cada vez más incansable en su lucha por la democracia en Cuba… Aquellos gobernantes que se creen iluminados mientras caminan los pasillos del poder hoy no son más que el pus oscuro y siniestro de su desvergüenza… Los modernos vampiros vieron en Julio a una presa deseosa de ejercer su libertad y gritar la realidad de nuestra Isla… Sufrió engaños y traiciones… Alguna vez le hicieron creer que tocaba las nubes y confundido, le mintieron diciendo que era el cielo… Siguió tragando grageas de mentiras para seguir soñando con una eternidad fallida…
Querido Julio, ya la decadencia hacía crujir tus huesos oxidados… Decidiste tu liberación absoluta el 2 febrero de 2012, a tus 60 años… Un amigo te echó de menos cuando no respondías al celular ni a la puerta, ni a la sacra oración… Sospechaba que algo sucedía… Lo encontraron tres días después… La Policía Local abrió la puerta con una orden judicial… Estaba encerrado en su cuarto, de bruces en el suelo, desplomado e inerte, tumbado para siempre y desterrado al jamás…
En Facebook la noticia ya circulaba. Era una nota escueta, una esquela sencilla, sin datos ni detalles. Y luego su amigo desde Cuba, desde la Isla de la Juventud, no ocultaba su asombro, su dolor, su pesar. ¿De qué murió Julito? ¿Un infarto? ¿Un suicidio?... No, murió de frustraciones acumuladas, de asco, de sueños imposibles, de grageas de mentiras… No resistió la espera… Al intentar sobrevivir, murió…
Y ahora viene la desoladora conclusión. Su fallecimiento mereció pocas líneas en los periódicos, a pesar de que no es polvo ni olvido…
Anticipó su Testamento en su obra El Desterrado, que fue estudiada en La Sorbona de París…
TESTAMENTO
Nadie tendrá problemas con mis restos mortales
si, como he dicho ya, un día yo muriera.
No sé a quién le tocará la fúnebre y funesta misión
de encontrarme muerto
porque el destierro es el lugar donde no se sabe nada
de hoy, de mañana, ni de ayer.
No sé si será una mujer, un amigo, una vecina
anciana y asustada,
un portero, un policía,
un enemigo,
alguien que pasaba por allí.
No sé tampoco dónde moriré,
si en mi cuarto,
si en la calle,
si en el trabajo,
si en el hospital,
si en un barcito
donde tomo café con leche
y leo el periódico
todas las mañanas.
(debo morir en un barcito).
Podría ser de un infarto
del cerebro
o, tal vez, del corazón a donde han ido a parar
todas las furias, los miedos,
las melancolías y las fieras
o cursimente de hambre
o del azúcar baja
o el colesterol alto
o, simplemente, de estar lejos.
No sé ni quién recogerá mis propiedades,
mis paupérrimas propiedades
que no relaciono para no ofender,
sin embargo pueden quemar
mi verde traje parisino,
mi amarilla corbata italiana
y todo lo demás, hasta mis cartas
enviadas y no enviadas
que ya cumplieron su misión.
(Sé que alguien aprovechará el desconcierto
en torno al muerto desconocido
de quien nadie se declara propietario
para sustraer
sigilosamente
—y no para guardarlo de recuerdo—
mi juego de pasador, yugos, plumas y fosforera
mas no me importa).
En caso de que alguien tropiece
con un ladrillo que yo pueda haber modelado
sí le rogaría que modelara otro igual o mejor.
En caso de que alguien tropiece
con algún libro
que yo pueda haber escrito
sí le rogaría que lo tirara contra la puerta de alguna editorial
y en caso de que, con tan buena suerte, se publicara algo
decreto que por 70 años
todos los derechos de autor
pertenecen
exclusivamente
a un ser que dejé en La Habana.
Si surgiera algún(a) admirador(a)
del que modeló el ladrillo
o del que escribió el librillo
y deseara saber algo de aquel modelador de librillos
y deseara saber algo de aquel autor de ladrillos
y si deseara, incluso, ir hasta su tumba
y leer su epitafio
y ponerle una flor
no podrá hacerlo.
No habrá epitafio ni tumba,
pero, solamente para que la historia tenga un final feliz, daré
dos direcciones.
En un pueblito del centro de mi patria
cuyo nombre es Corralillo
(me hubiera gustado ser Conde de Corralillo)
pasé mi adolescencia, suspendí matemática,
tuve amigos y novia,
y en un barrio de la capital cubana
cuyo nombre es Bacuranao
(me hubiera gustado ser Barón de Bacuranao)
donde viví mis últimos añitos con patria propia
detrás de mi casa
hay una pradera
y en la pradera, una ceiba
y recostado a esa ceiba amé a una mujer
o modelé un ladrillo
y escribí poemas o cuentos o novelas
o no sé.
Pero sé que nadie tendrá problemas
con mis restos mortales
porque no seré nada exigente en esa hora.
No quiero que me incineren
porque he vivido toda la vida incinerado
y sembrando fuegos
(el que siembra fuego, recoge resplandores).
No quiero que echen, pues, mis cenizas al Nilo
para reencarnar en los peces o las conchas.
No quiero que me embalsamen
ni quiero que me entierren
aunque para mí sea leve la tierra.
No quiero una tumba
junto al Manzanares de Madrid,
ni quiero una tumba
junto al Almendares de La Habana
por tanto no habrán de trasladarse mis restitos
a Cuba.
No quiero nichos en catedrales,
ni misas,
ni esquelas
pues todos los días en ellas ya me vi.
Tiradme en cualquier lugar
donde mi hedor no moleste a nadie
y, como carroña ensimismada, libremente
puedan seguir comiéndome los buitres.

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| Foto de Ivan Cañas |
Una sílaba más
en la glorieta de los muertos
«Hacer
una abstracción de todo esto,
decidir
que puede reducirse a generalidades
y
actos comunes,
coincidencias,
no
hará más fácil el tiempo que resta»
Heriberto
Hernández Medina
Cómo aquellas
primeras horas de voraz incertidumbre, cuando irrumpió la noticia de
la muerte de Heriberto, a quien considero no solo un arquitecto de la
poesía, sino un rapsoda contemporáneo, como lo llamaría Manuel
Sosa en su escrito: Brevario para
regresar al laberinto de espejos.
Ese laberinto en el que deambula el minotauro de las horas. Esas
horas impregnadas de tinieblas, han dejado un vacío en estos
predios, donde solíamos verle a través de sucesivas puertas. En
estos predios frégolianos
en los que apenas se escucha la palabra primera, su palabra que hoy
reposa como un albatros sobre el mástil de la memoria con esa
costumbre de marcharse hacía al alba sin despedirse, esa costumbre
de no mirar atrás.
Esa forma de volar
sobre un abismo de tinieblas verdes, sobre lienzos en piedras
convertidos, piedras que son palabras que se desangran ante el rostro
fiero de Dios si es que existe, aunque Dios no precisa de existir,
para existir.
En la
patria del espejo donde abrevan las
sombras familiares sobre el hombro que adolece a la sombra de un
árbol. En la patria del espejo
se posa el albatros sobre los hombros de un rey adolescente. En
la patria del espejo vuelve el
canto a derramarse al anochecer. Vuelve el rapsoda cercenando
verdades como templos, verdades que caen muertas por el martirio de
saber que puede más la nada.
La
nada cotidiana, la nada intemporal, la nada como una sílaba en los
labios del silencio, donde un pincel rellena los espacios en que
reconocemos nuestro cielo, nuestros límites, nuestros defectos y
esta tendencia mía de escribir textos elegiacos, esta complicidad
literaria más allá de sucesivas puertas.
Puertas que son el
espejo que refleja este grupo de personas ante las cuales me
encuentro, este grupo abstracto escuchándonos atentos. Esta noche
inaugural de la semana alternativa a La Feria del libro, he de hacer
una pausa para nombrar sus libros, los del rapsoda, comenzando con
«Poemas» Ediciones Mantazas, 1991, «Discurso en la montaña de los
muertos» Ediciones Unión, 1994, «La patria del espejo» Ediciones
Unión, 1994, «Los frutos del vacío» Ediciones Matanzas, 1997,
«Verdades como templos» Ediciones Iduna, 2008, «Las sucesivas
puertas» Bluebird Editions, 2008 y «Otros filos del fuego»
Avondale ediciones, 2012.
En fin, tantos
versos, tantos impregnados de ausencia, de esas lúgubres intemperies
en que se ramifican los poetas cuando parten. No he de sorprenderlos
sí les digo que me siento extraño esta noche inaugural, mientras
recuerdo al rapsoda, nuestro amigo a través de sus palabras,
teniendo en cuenta que las palabras
son otro modo de matar el hambre.
Teniendo en cuenta que las palabras no nos canonizan pero nos vuelven
dioses, o miserables. Teniendo en cuenta que la amistad nos ata más
allá de las puertas del cuerno.
Porque
la
vida no termina
para quien huye
de ella por la puerta
falsa.
La vida acaba
más bien para
los que
se quedan en lugar del
fallecido,
sufriendo las
mordidas de los hados
en el
sucio recinto de los hombres.
Sin embargo unos pocos
agradecen: el vino, las tertulias,
o algún gesto.
Pero en fin
la contienda continúa,
de modo
que no hay tiempo para cultos:
tales Judas, Tomases y Pilatos.
Como página en blanco la morada
de quien queda en lugar del fallecido.
He de concluir este
texto, con el gesto en que se esfumaron los últimos minutos con el
rapsoda, con un abrazo.
En
el extremo agreste de ese abrazo baldío
puede que estés mintiendo, puede que se haya roto
el gesto que te ausenta del asoleado
coto
en que la luz se extiende
del otoño al estío.
De
una ausencia latente a un trasegar sombrío
de sabanas escritas y de espadas, agoto
la sed en que resides, el paisaje remoto
que en sueños recorrías desde mi mano
al frío.
Los
brazos extendidos que un día me nombraron
junto a la inexistencia y el miedo que reduces
a un atado de ramas que nunca se quemaron.
Sin
mirar a lo lejos, de espaldas a esas luces
breves, otros destierros futuros te anunciaron
árboles cuyas ramas un día serán cruces.
Sin embargo
No
sé si pueda aún cantar triste y ecuánime
sobre el reloj antiguo del último deshielo,
construir una casa
desnuda sobre el polvo
que la ciudad un día envidiará en silencio.
No
sé si pueda aún volver al canto hueco
de soñar una sombra más grande que mi asombro,
si deslumbrarme pueda
ante el oro magnífico
que la luz inventara para olvidar el oro.
No
sé si será cierto que cuando callo nombro
la verdad que me mata o el miedo que me
alienta.
Jesús A. Díaz Hernández
Noviembre, 2012

Poesía
y poética en Félix Hangelini
He
imaginado que ahora voy existiendo
y que
esta rara isla me despierta.
“La
imaginación de la bestia” Félix Hangelini
La
poesía es, dentro de la obra de Félix Hangelini
1,
la más íntima y a la vez diáfana evidencia de su vocación
literaria
2.
En una carta dirigida a Beatriz Maggi
3
el primero de marzo de 2004
4,
el joven poeta, en agradecimiento a la profesora cubana por la
presentación de su libro de ensayos
La construcción de las
olas5,
reconoce que no sabría definirse como ensayista, y agrega:
Yo sólo escribo poemillas desde los siete años, mi vida está llena
de ellos. Cajas, cuadernos, miles de ellos dispersos en cualquier
parte. Los regalo, los ofrezco; otros los ejecuto en la intimidad y
los oculto para que nadie los dañe. (También tengo varias
traducciones, sobre todo de “Ella”
6,
Whitman y algún otro autor en inglés.) Pero tampoco me considero
poeta... ¿cómo podría? Nuestra época la caracterizan las
definiciones fáciles y las clasificaciones convenientes. Necesitaré
crecer mucho para poder saber qué o quién soy (si consigo ser
algo). Mis 26 años delatan mi pequeñez.
Por
tanto, en esa indefinición genérica que creo lo acompañó hasta el
último momento, la poesía está desde los siete años y durante
toda su vida. La regaló, la publicó, la ocultó, la cuestionó...
Personalmente creo que fue un escritor, él mismo se veía en un
futuro no como profesor (la docencia cada vez le atraía menos), sino
como investigador (a la misma profesora le declara: “estudiar me
justifica”) y como escritor; pensaba dedicarse a escribir, era al
menos su deseo. Escribir, sin definir un género, huyendo de toda
clasificación, como hizo durante toda su vida.
Cuando
uno se acerca a su poesía sorprende la madurez hasta en poemas de su
adolescencia, tanto inéditos como publicados, parecen escritos con
el sosiego, la fuerza y la experiencia del que viene de regreso de
muchas cosas, como el que sabe que en los oropeles del lenguaje poco
se alcanza si no hay verdadera sustancia. Esta madurez en el verso y
en su cosmovisión siempre la explicaba Félix diciendo que había
vivido pocos años, pero tan intensamente que a veces se sentía
viejo, por lo que en la misma carta a la Dra. Maggi agrega:
(H)e vivido intensamente, he tenido que madurar a fuerza de porrazos
y mucha soledad, por lo que en cierto modo, mi visión del mundo es
bastante sólida; llevo, sí, una cierta ventaja, y espero se
enriquezca y suavice con los años (si es que tengo la dicha de la
supervivencia, cada día más difícil).
Tanto
en su ensayística como en su poesía, hay en Félix una tendencia
hacia la sencillez, la mayor lección que aprendió de su admirada y
estudiada Emily Dickinson. Eso es evidente cuando uno lee sus
trabajos recogidos en La construcción de las olas, frutos
circunstanciales de deberes y evaluaciones académicas durante la
carrera de Letras; y los compara con su tesis doctoral sobre Luisa
Pérez de Zambrana y con los artículos sobre las mujeres románticas
hispanoamericanas a las que dedicó la mayor parte de sus horas de
investigación en los últimos años. Cuando Félix dejó de sentir
la necesidad de demostrar a sus evaluadores universitarios el
conocimiento acumulado, cuando fue más independiente y estuvo más
seguro en sus objetos de análisis, logró mayor claridad y sencillez
en su discurso. En la carta referida antes, también confiesa:
Si le soy más sincero, no me enorgullezco de La construcción de
las olas. Los veo textos demasiado académicos, a veces hasta
retóricos o aburridos, juguetones y hasta entusiastas, ligeritos,
que van y vienen sobre un mismo eje sin romper su propia cinética a
punto de cansancio.
Contra
ese academicismo luchó Félix una vez que tuvo más claro cómo y
qué deseaba escribir, por ello declara a la doctora también: “Según
pasa el tiempo, más me apego a la sencillez. Debe ser el cansancio
tras tanto metalenguaje.”
Sobre
la admiración que le profesó a Dickinson, quien llegó a tener
mayor incidencia en él que el propio Whitman, Félix no solo
reconoció en ella a una gran escritora por su visión del mundo y su
peculiaridad discursiva, sino a un alma gemela, a un ser cercano,
amante (como él) de la reclusión voluntaria, del silencio, de la
soledad. Los que tuvimos el privilegio de conocerlo, sabemos que
había en él una tendencia casi metabólica hacia el aislamiento y
el retiro:
Hay algo en aquel estilo de vida que se parece al mío. De cierto
modo, también soy un recluso; y huyo de aquello que se me antoja
peligroso: la gente, en general, me lo parece. Puede que hasta sea
patológico, nunca se sabe.
Sin
embargo, uno de los mayores valores de la poesía de Hangelini es no
haber sucumbido a eso dos monstruos de la literatura universal que
son Dickinson y Whitman, a los cuales estudió y veneró toda su
vida. Se necesita tener las ideas muy claras y poseer una
personalidad lo suficientemente sólida para no caer en la tentación
de parafrasear o imitar a dos figuras tan portentosas como los
autores decimonónicos mencionados. Félix tuvo carácter siempre, su
obra es testimonio de ello. La universalidad egótica de Whitman en
él no es estentórea, es más bien íntima. Su yo poético se
reconoce en el otro, lo incluye, pero desde la soledad de su
habitación, desde el silencio que es también su escritura. De
Dickinson procede la capacidad de mitificación y semantización de
lo doméstico y cotidiano. Pero todo ello está en medio de una de
las obras más singulares de los últimos años en la poesía cubana
contemporánea.
Tampoco
cedió a las modas de los años noventa en Cuba, cuando comenzó a
publicar. Considero que su aversión por Dulce María Loynaz y José
Lezama Lima no era en sí por los autores sino por la mala lectura y
asimilación que se hizo de la obra de estos entre muchos de los
poetas contemporáneos a Félix. Criticó siempre el a veces excesivo
metaforismo críptico de Lezama y su incorrecta sintaxis, así como
su mala puntuación. Cuestionó con argumentos sólidos, esperando
que algún admirador del “maestro” le demostrara lo contrario.
Sin embargo, el propio Félix fue un lector asiduo de Lezama (por eso
también sus argumentos eran incuestionables) y uno lo comprende
cuando lee su poesía, en la que más de una vez toma al autor de
“Muerte de Narciso” como punto de partida y pretexto para la
creación poética.
Su
escritura parece a ratos decimonónica y romántica por su
sensibilidad, por el poco uso metafórico y tropológico, y al mismo
tiempo es moderna y críptica por las asociaciones insólitas e
inesperadas a veces, y por la casi total ausencia de signos de
puntuación (lo cual, por la ambigüedad sintáctica, multiplica las
posibilidades de lectura e interpretación).
Pero
el autor cubano que más veneró y que más visible huella ha dejado
en la obra de Félix es Virgilio Piñera. Hangelini logra leer una de
las esencias más difíciles de alcanzar en la obra del autor de La
isla en peso: la carcajada de horror ante la nada y el absurdo de
la existencia. Esa huella terrorífica vuelta burla en Hangelini
evidencia que el joven cubano es uno de los lectores más profundos
que ha tenido Virgilio. Los jóvenes autores de la isla (en su
mayoría) han leído de la obra de Piñera su angustia existencial,
la fragmentación, la insularidad como maldición y su enorme
escepticismo. Hangelini, con poemas como “El grito” y “El ala
leve de la felicidad”, logra plasmar la gravitación y la carcajada
de terror piñerianas en su cosmovisión poética de modo orgánico,
nutriendo la savia de sus concepciones.
Félix
publicó en vida solo un libro de poemas,
La devastación. La
imaginación de la bestia7.
Dentro de su obra inédita, hay cinco poemarios terminados y
organizados por él mismo
8
y un sinnúmero de poemas sueltos. Su poemario publicado pretende
leer desde el propio título un descenso, la caída inevitable que él
mismo estudió en el ensayo merecedor del premio de la revista
Temas
sobre la relación entre Whitman y Huidobro
9.
En ese texto, Félix propone una lectura de
Altazor desde un
eje vertical y no horizontal; a ello (en diálogo con Piñera, con
Huidobro y con autores cubanos como Lina de Feria y Damaris Calderón)
apunta el propio título de su poemario:
La devastación. Pero
hay más.
El
terror por el paso del tiempo atraviesa todo el libro, como si se
viviese con las horas contadas. Cada elemento de la naturaleza, del
entorno, del camino (sin necesidad de grandes giros tropológicos)
alcanza un enorme valor simbólico. El primer símbolo es la
carretera de Sóller en Mallorca. Un viaje a la isla española hace
despertar en el poeta relaciones entre islas, La Habana y Sóller,
Cuba y Mallorca. El mar como factor común, como encarnación de esa
máscara enorme e indescifrable que es el mundo, como nada sin forma,
cambiante, que en cada ola niega cualquier posibilidad de
contabilizar, de nombrar.
El yo
poemático hangeliniano asume el riesgo de una vida precipitada,
imprevisible, al borde del abismo (a semajanza de esas curvas y
encrucijadas de las carreteras que llevan a Sóller), avanzando,
dejando atrás el paisaje, la ermita, los monjes, apostando entre la
gravitación y el futuro, entre el desfiladero y la esperanza, entre
la caída potencial y la búsqueda indetenible. Esa carrera al
volante que no cesa confiere al poemario carácter narrativo. A ello
se une la concepción teatral que tiene Félix de la poesía, motivo
que retoma en una serie considerable de poemas. El poemario es
también una agónica puesta en escena en que movimiento, recuerdo y
caída se conjugan. Tres actos podríamos diferenciar en la
estructura del libro: la búsqueda, el recuerdo de un hallazgo
revivido (nombrado a través de su propia negación, de la
imposibilidad) y la caída. En diálogo tenso con Pessoa, Hangelini
inicia la escritura en plena carretera, “a más de quinientos
metros sobre el nivel del mar”, in media res, “hacia
Sóller hacia un deseo”.
“La
devastación” interioriza la carrera y el movimiento de los dos
primeros poemas, pues “el fluir de la sangre deja pistas”, “en
este pétreo juego de la devastación”. Parece, desde el inicio, al
dejar atrás todo paisaje, que es imposible la vuelta atrás, pues la
carretera “conduce únicamente a Sóller”. En poemas posteriores
como “No te busques no estarás” y “El ala leve de la
felicidad”, en el supuesto diálogo con el otro, en el pretendido
regreso, está también la negación y el reverso de su propia
realización.
La
espera de lo perdido (entendida como absurda por el propio yo), el
palabreo con el ausente, es la obstinada forma que tiene de imaginar
una regresión, más bien hablando solo, y sin moverse del lugar.
Paradójicamente, continúa el viaje por carreteras, curvas y
pendientes; al mismo tiempo hay un no-lugar desde el que habla, una
atopía, estabilidad falsa que niega toda compañía, entre brumas y
recuerdos, a los cuales confirma y espanta simultáneamente. Por eso,
cuando el tú que evoca dice “eso es un árbol y en él caben los
ángeles” (como guiño a Blake), el sujeto lírico dice “eso es
un tigre”, el tigre piñeriano (o su descripción), con todo lo que
el símbolo de Virgilio encierra. Queda la ausencia como un cuerpo en
esa irrupción de la segunda persona, que es al mismo tiempo memoria
y negación de toda posibilidad futura.
En un
texto memorable del 2 de noviembre de 2011 en
El bosque escrito10
titulado “Retrato del monstruo”, el autor se presenta como
bestia, en cuya imaginación encierra todo lo que observa, lo que
conoce, lo que le cautiva, porque “la trampa que usa para
capturarte es la misma que te dejará para siempre en los oscuros
laberintos de su imaginación.” (concluye, en claro diálogo con el
título de su libro de poemas). Allí confiesa:
En esencia, ese tipo de monstruo es la raza más frágil que ha
existido. Frágil a la belleza, a pequeños gestos de seducción,
frágil a la espontaneidad y a la risa como una bocanada intensa de
vida. Casi todos los monstruos que han existido han obrado en ese
tipo de sombras. Se esconden en sus refugios a escribir sobre
realidades que sólo ellos comprenden, o piensan comprender. Los que
aparentemente se han dado a la vida son unos grandes mentirosos; no
les creas. Ni Baudelaire pasó su vida en lupanares ni Whitman salió
nunca de New York y proximidades… ni siquiera bebía alcohol ni
tuvo los amantes que decía. Cada desorden literario implica un orden
vital exquisito, meticuloso. Ninguno en realidad fue bello (salvo
Keats o Byron; no cuenta la animal simetría de Wilde). Ninguno
coqueteó con perfecciones. Ninguno fue feliz o al menos ninguno
expresó cabalmente su felicidad. Todos murieron inconformes.
El
discurso de Félix se sostiene en un coloquialismo lírico, que
(d)escribe y semantiza su entorno por medio de interconexiones
infinitas a las que él llamó (a partir de Wislawa Szymborska)
“bosque escrito”. Que dialoga, espera, lucha a pesar de su
convencimiento de que la vida es un largo desfiladero hacia el sin
sentido, un camino que se extiende hacia la nada. Lo absurdo de la
existencia misma puede incitar a la carcajada, a la burla del que
sabe de antemano el final. El sujeto lírico busca, observa, anota,
intenta encontrar, asir, dotar de significado a un cuerpo imposible
que, como el propio mundo, en hilera infinita, se aleja. No puede
evitar el sin sentido del futuro, y al mismo tiempo lucha contra él.
La poesía para él es búsqueda y negación del locus amoenus.
La
obra lírica de Hangelini es la crónica de una extraña y
desajustada existencia en medio de un mundo donde los valores del
poeta no son los que priman. Hileras de árboles infinitos
conduciendo hacia la nada, “risa innumerable de las olas”
esquilea que se vuelve, en el trayecto, carcajada piñeriana.
Soledad, búsqueda, evocación, hallazgo (o, más bien, sombra,
memoria del hallazgo, negación del encuentro, diálogo mudo con lo
absurdo e imposible) y luego, vuelta a la soledad y a la muerte por
luz, lo cual lo ubica otra vez entre Dickinson y Piñera, pues ambos
afirman que un sapo y un pueblo “puede(n) morir de luz”.
Crónica
de una vida que es, en la inmensidad universal, apenas un instante.
Viaje a La Habana que es Barcelona que es Mallorca. Vida y poesía
marcadas por el mar. Ola del lenguaje que asocia y engulle todo el
tiempo, todos los tiempos, ensartando ínsulas como un collar,
ciudades que enfrentan la inmensidad del océano a pecho descubierto.
El instante de luz que nos ciega, la palabra que es también hoy su
rostro más pleno, hacen que pasado y futuro converjan a través de
ese bosque verbal que es justificación y testimonio de su
existencia, cierva sintáctica que leyó en Szymborska. Su propia
vida fue coincidencia entre el segundo luminoso y la Historia, entre
la belleza momentánea y la recuperación de lo sustancial. Su
existencia ha quedado en nosotros, en los que le conocimos, como un
relámpago, como deslumbramiento, que nos abrió en ráfagas y
tragraluces, hacia los momentos trascendentes de la Historia. Félix
es, sigue siendo, “apretado fragmento” que “dicta la eternidad
sobre los muros”.
Yoandy
Cabrera
Madrid, 10 de noviembre de 2012
1
Félix Hangelini es el pseudónimo literario del escritor cubano
Félix Ernesto Chávez (La Habana, 28 de octubre de 1977- México,
D.F., 11 de junio de 2012), doctor en teoría de la literatura y
literatura comparada, profesor universitario, investigador,
ensayista y poeta.
2
Félix escribió aproximadamente una decena de cuentos, y aunque no
publicó ninguno, muchos son de una calidad y una imaginación
sorprendentes. Esta parte de su obra podría parecer la más íntima
por no haber sido publicada, pero en verdad es la poesía el género
que mejor y más íntimo testimonio da de su cosmovisión y de sus
vivencias.
3
La doctora Beatriz Maggi es una importante ensayista y profesora
universitaria cubana, cuyos principales temas de investigación han
sido Shakespeare y Emily Dickinson, además de otros autores de
habla inglesa.
4
La carta en cuestión forma parte de la papelería inédita de Félix
Hangelini, que actualmente se encuentra bajo la custodia de su madre
Lidia López Padrón, su heredera y albacea.
5
El libro de ensayos
La construcción de las olas de Félix
Hangelini fue premio de ensayo Calendario en 2002, publicado por la
Casa Editora Abril en 2003 y presentado por la Dra. Beatriz Maggi en
la Feria Internacional del Libro de La Habana el 11 de febrero de
2004 en la sala José Lezama Lima en la Fortaleza de La Cabaña.
6
Así se refiere a Emily Dickinson cuando escribe a la profesora
Beatriz Maggi.
7
Félix Hangelini.
La devastación. La imaginación de la bestia.
Fundación Jorge Guillén, Valladolid, 2006. Con este poemario el
autor ganó el premio de la Academia Castellano-Leonesa de la poesía
2005 destinado a jóvenes creadores.
8
Los poemarios inéditos son
Lugares intrascendentes,
Restauración de la luz,
El bosque escrito,
Las
soledades de un cierto mundo y
El comercio de las almas.
9
“La vida es un viaje en paracaídas”, en:
Temas, núm.
22-23, La Habana, julio-diciembre, 2000, p. 181-90. Texto con el que
el autor obtuvo el premio de ensayo de la revista
Temas
cuando todavía era estudiante de Letras.
10
En este caso me refiero al blog de Félix cuyo nombre es, como uno
de sus poemarios inéditos,
El bosque escrito. El título
parte de un poema de Wislawa Szymborska. Puede consultarse en:
http://elbosqueescrito.wordpress.com/